jueves, 29 de agosto de 2019

Escenas Míticas: Tarantino - Django desencadenado




   Hace un tiempo, planteaba un compañero cinéfilo en redes sociales, quienes eran los mejores directores de western hasta el momento y le sorprendía que en mi contestación colocará a Quentin Tarantino entre ellos. Yo justificaba mi respuesta en que su pregunta era en cuanto a calidad, no a la cantidad. De tal manera que consideraba que hacer más películas de este género, incluso especializarse en él, no hacía que un director fuera mejor.




   Y es que, en mi humilde opinión, Tarantino ha rodado dos de los mejores western de las últimas décadas. De hecho, no salía de un cine tan satisfecho con una película del oeste desde que otro de los que considero mago del género, Clint Eastwood, nos regalara esa obra maestra que es “Sin perdón". Para colmo, Tarantino resucitaba un género del que en los últimos tiempos no se producían casi títulos. Pero con ”Django desencadenado” y luego “Los odiosos ocho”, volvió a ponerlos de moda, incluso dando lugar a una corriente llamada el neo western.



   Aunque “Django desencadenado” no tenía nada de “neo”. Per si tiene, como suele hacer siempre este director, un elemento innovador, y es la mezcla de temáticas. Tarantino vuelve a hacer un homenaje a su amado spaghetti western, y efectivamente en numerosos guiños a él, además de la manera de rodar ciertas escenas, e incurrido en un argumento habitual en este tipo de películas, la venganza. Como ya hizo en "Kill Bill".



   Pero Tarantino quería mezclarlo con una temática que solo se aborda en películas de tono social, el racismo. Y para colmo ahondar más concretamente en algo de lo que se avergüenzan los Estados Unidos de su historia, la esclavitud. De tal manera que Tarantino hizo una película sobre la esclavitud pero desde el formato del spaghetti western. Y desde luego, entonces no iba a renunciar a su peculiar y característico humor negro para tocar temas escabrosos sin ningún pudor.



   Y si ya se había atrevido con Hitler y los nazis, y acaba de tocar uno de los hechos más famosos y menos mostrados en el cine, en un modo no documental, como la masacre donde mataron a Sharon Tate, en “Django desencadenado” introducía gran porcentaje de parodia en materia de racismo, hasta el punto que uno de las escenas más cómicas implica al Ku Klux Klan.



   Muchos ya teníamos ganas de verle en un western puro, habida cuenta de saber que era un ferviente admirador del spaghetti, y especialmente de Sergio Leone. Uno de sus favoritos es “Hasta que llegó su hora”(en España) pero su traducción literal era “ Érase una vez en el oeste”, a la que homenajea, a la vez de otra de sus admiradas “Erase una vez en América”, en el título de su última película.



   Tarantino tomaba elementos, además del nombre, de “Django”, un western italiano de 1966, no demasiado conocido, protagonizado por Franco Nero, al que le reserva un cameo en su película. No era la primera vez. Ya había tomado prestada la escena en la que el Señor Rubio le corta una oreja a un policía en “Reservoir dogs”. Pero independientemente de ello, Quentin ya había tanteado tratamientos y claves del género, como puede verse en “Kill Bill”, en ciertos planos y en la música escogida.


 
   Cómo es marca de la casa, otro reparto brutal. Jamie Foxx como protagonista, escoltado de maravilla por Christoph Waltz (segunda colaboración y segundo Oscar como secundario) y Leonardo DiCaprio (primera vez que ejercía de villano) y de qué manera se estrenaba. Secundario de lujo como su actor fetiche Samuel L. Jackson, Kerry Washington, Walton Goggins (con el que repetiría en “Los odiosos ocho”), y los cameos de Jonah Hill, Don Johnson y Franco Nero.



   Tarantino contó su presupuesto más holgado, 100 millones de dólares, pero nuevamente resultó rentable en taquilla, 425 a pesar de sus 165 minutos. Además, tuvo cinco nominaciones a los Oscars (película, guión, actor de reparto, fotografía), curiosamente no a su dirección. Pero ganó su segunda estatuilla como guionista. Por cierto, se criticó la exageración con los “chorros y salpicones” de sangre. Lo que quiso es hacer un guiño al recurso antiguo de hacer el efecto de la sangre colocando bolsas de pintura roja en el cuerpo de los actores y hacerlas estallar a cada disparo.



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