Como
ya adelanté al inicio de este ciclo, el motivo era el estreno de una nueva
versión de “El hombre invisible”. Aunque parece que bajo un foco distinto. Los tiempos
mandan, así que la protagonista es una Elisabeth Moss que rehace su vida ante
el fallecimiento de su exnovio, que por supuesto, era un maltratador. Detalle
del que parece no haberse olvidado porque vuelve para hacerle la vida
imposible, con la ventaja de que ella no puede verle.
Pero
no es eso lo es lo que contaba H.G. Wells en su novela homónima. El escritor
nos presentaba a un científico que tenía la teoría de que cambiando el índice
refractario de una persona, de forma que ésta no absorba ni refleje la luz,
seria invisible. Ante la falta de voluntarios, experimenta consigo mismo y
tiene éxito. Aunque no por completo porque el efecto no es reversible, lo que le
hace volverse loco y utilizar su invisibilidad con fines violentos.
También
estaba muy alejada la película de 2000. Es una versión muy libre y el propio Verhoeven
reconocía que la novela de Wells solo le había servido de inspiración y que no había
pretendido realizar una adaptación. Pero conceptualmente si hacia referencia a
varios elementos de la novela y tenía mas similitudes argumentales con el
libro.
El
director holandés la enfocó hacia uno de los temas predominantes en su obra, el
sexo. Pero no directamente. Lo que realmente planteaba era que el espectador se
planteara a su vez que haría si tuviera poderes excepcionales tales como la
telepatía, volar... o la invisibilidad. Si los utilizaría de la forma altruista
como los superhéroes o los usaría en su provecho. La teoría de Verhoeven es que
darían rienda suelta a sus más bajos instintos. (“básicos”).
Por
lo que, en la película, vemos (o mejor dicho no vemos) al protagonista
aprovecharse de su invisibilidad para ver desnudas a las mujeres, meterles mano
o incluso atacarlas sexualmente. De hecho, en cuanto a ésto último, la película
tuvo una polémica por una escena de una violación que contenía, la cual tuvo
que ser recortada para suavizar su impacto, dando a entenderla, pero eliminando
todo lo explicito, que únicamente eran los efectos especiales de ser envestida
por un ser invisible.
Pero vamos que violaciones hay por toda la
filmografía de Verhoeben. Tenemos una a Jennifer Jason Leigh en “Los señores de acero”. Una no consumada gracias a la acción de “Robocop”. Una escena de sexo practicante
forzado a Jeanne Tripplehorn en “Instinto Básico”. Una a Gina Ravera en
“Showgirls”. Y varias veces a Isabelle Huppert en “Elle”. Sí, tiene cierta
fijación.
Para
el papel de Sebastian Caine se valoraron como opciones a Edward Norton y Guy
Pierce. Pero finalmente el papel recayó en Kevin Bacon. El reparto lo
completaban Elisabeth Shue, prácticamente coprotagonista, un mucho menos
conocido Josh Brolin, Kim Dickens (“Fear of the walking dead”) y Rhona Mitra, desconocida
entonces, pero protagonista de la escena polémica del film.
Técnicamente
la película es muy notable, lo que le valió una nominación a los efectos
especiales, los visuales son bastantes impactantes. Fue rodada de forma
cronológica pues el escenario se destruyó al final en una explosión en la que
se utilizaron hasta catorce cámaras, reuniéndolas todas en un efecto denominado
“multicámara”. No fue la única innovación técnica, también se utilizó una
cámara termográfica.
Las
críticas fueron más bien malas, pero en taquilla no salió tan mal. Costó 95 millones
de dólares y recaudó 190. Tiene una secuela de 2006, sin Verhoeven, pero con Christian
Slater, aunque prácticamente ni sale. Y la versión extendida contiene siete minutos más. La primera versión
de la novela de H.G. Wells fue en 1933. Y tuvo hasta tres secuelas más.
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