Quién iba a
decir que ese actor enmarcado en los personajes de duro, como en la “Trilogía
de dólar” y la saga “Harry, el sucio”, iba a ser uno de los directores con mayor
sensibilidad y sutileza a la hora de desarrollar precisamente a sus
personajes. Aunque en ese camino, Clint Eastwood ha ido trepando por una
escalera de evolución personal y artística.
De hecho,
comenzó dirigiendo películas más propias de las que él acostumbraba a
protagonizar, es decir, varios thrillers, algunos western, otras policíacas, incluso
alguna de acción, que hoy sería impensable. Digamos que en todas ellas siempre
había armas de fuego, por lo general, pero se empezaron a dar algunos ejemplos
que se salían del guion, cómo "Bird” o “Cazador blanco, corazón negro”.
Clint Eastwood
exploraba otros terrenos y se acercaba más al drama, aunque con sus géneros más
característicos. Pero con “Los puentes de Madison” se marcó toda una historia
de amor. Quién hubiera pensado que uno de los duros de Hollywood se fuera a
marcar una película romanticona, para colmo protagonizada por él mismo.
Por cierto, qué
Eastwood no fue la primera opción. Inicialmente iba a dirigirla Steven
Spielberg, que tras retirarse, aunque el proyecto iba a dejarse en manos de
Bruce Beresford, Clint manifestó su interés en hacerse con los mandos y la
película cayó en sus manos. Curiosamente pasó lo mismo con “Un mundo perfecto”,
en la que también cogió el testigo de Spielberg. No se puede decir que
desaprovechara las oportunidades.
Pero claro, el
veterano director no iba a conformarse tan solo con traernos una pastelosa
historia de amor sino que, como siempre le gusta hacer, pretendía mostrar
algunos aspectos sociales. Cómo mostrar a una ama de casa enjaulada en casa,
sacrificada por la familia, anulando sus sueños y su pasión y que veía en ese
fotógrafo del National Geographic la luz a su vida gris.
Tampoco perdió ocasión de denunciar cómo era vista la infidelidad en la época, especialmente
si era cometida por una mujer, lo que le impedía a él presionarla para cometer
tal sacrificio, y conformarse. De ahí la frase: “no quiero necesitarte porque no
puedo tenerte”. Es por eso que empatizamos tanto con Francesca en la secuencia
final de la lluvia, rodada de forma magistral casi como un duelo de Sergio Leone,
manteniéndonos en vilo hasta el final.
Inicialmente se
pensó en Robert Redford para el papel protagonista masculino, lo que hubiera
supuesto una reedición teniendo en cuenta lo de representar una infidelidad como por
haber formado nuevamente pareja con Meryl Streep, en “Memorias de África”. Finalmente
se lo reservó el papel el propio Clint Eastwood teniendo una de las pocas escenas de
sexo de su carrera, al igual que la de ella, papel por el que también pugnó
Catherine Deneuve.
Por cierto, Meryl Streep tuvo una más de sus múltiples nominaciones. El único Oscar al que optaba la película. Curiosamente, ese año “Babe, el cerdito valiente” optaba a siete. Quien lo entienda que me lo explique. Pero la triunfadora de esa edición fue “Braveheart” con cinco estatuillas. Por lo demás, la película tuvo excelentes críticas y funcionó muy bien en taquilla lo que ya es extraño tratándose de una película de corte claramente romántico. Costó 22 millones de dólares y recaudó 182 en taquilla.
Basada en el libro homónimo de Robert James Waller, que
terminaría convirtiéndose en best seller, Eastwood se embarcó en una historia
de amor desarrollada en tan solo unos días. Sin embargo, no son pocos los que
afirman que la película supera ampliamente a la novela que adapta. Por cierto,
los puentes a los que hace referencia son reales y están en el condado de
Madison, en Iowa.
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