Llegamos al final (de
momento) de este ciclo de pandemias con un ejemplo que quizá se salga del
perfil de películas de enfermedades pero que viene al pelo para profundizar en
una de las teorías que muchos apuntan como motivo de la actual situación del coronavirus
que no es otra que la del castigo de la naturaleza.
Tampoco es que sea nada nuevo, cada vez que
la tierra y la climatología nos azota con lo que tantos consideran las armas de
la madre naturaleza, veánse los terremotos, huracanes, erupciones volcánicas,
olas de frío o calor extremo , . . . etc, los ecologistas apuntan de forma más
oportunista que oportunamente que nos está castigando por el evidente maltrato
al que la sometemos.
Pero lo cierto es que estos acontecimientos
son cíclicos y vienen ocurriéndole al planeta desde el principio de su
existencia, de la cual la humanidad solo ha estado presente un diminuto periodo
de ella. Pero me parece positiva la reflexión sobre ello, aún cuando el virus
nos está “purgando”, no tenemos todavía claro si salió de un laboratorio o de
la combinación de varios animales.
Pero claro, delfines en Venecia, pavos
en Madrid, corzos en las calles de diversas ciudades, leones ocupando lugares
de reservas naturales que eran de los hombres, descenso brutal de la
contaminación mundial, recuperación de la capa del ozono , . . . aunque aún hay
algún iluminado que niega la evidencia. Pero nos hace pensar que puede que la
verdadera plaga sea nuestra propia especie, pues incluso en lugares devastados
por el hombre, como Chernobyl, la naturaleza demuestra su enorme capacidad de
adaptación y se abre camino.
Pero vayamos a la película, en esta ocasión
no se puede hablar de un virus sino de una toxina que se transmite por el aire,
mecida por el viento, que tiene una letalidad del 100% y actúa en tres fases,
de apenas unos segundos. Primero afecta al habla, luego al comportamiento, que
se hace errático, y finalmente induce al suicidio.
Lo curioso es que durante gran parte de la
película se piensa que las condensaciones de personas atraen los ataques, al
igual que ahora estamos adoptando las medidas de confinamiento y, por tanto,
aislamiento social. Pero lo que no hay duda es que el mensaje era ecologista.
Gustara más o menos, hizo que miráramos de otra manera a las plantas, mucho más
si eran arropadas por el viento.
Night Shyamalan deslumbró con las primeras
películas de su filmografía (”El sexto sentido”, “El protegido”, “Señales”, “El
bosque”), pero algunos consideran “La joven del agua” como el inicio del
declive, incomprensiblemente en mi opinión, confirmado con “El incidente”, que
se extendería con sus dos siguientes películas, “Airbender” y “After Earth” hasta recuperar el pulso con
“La visita” y, sobre todo, “Múltiple".
Sinceramente, no comparto las desaforadas críticas a esta película pero es innegable que la profesional abandonó a Shyamalan con ella. Incluso fue nominada a cuatro Razzies. Pero no así el público. El film costó 45 millones de dólares y recaudó casi 160, es decir, el triple de lo invertido. Personalmente me pareció una propuesta interesante y original, con escenas sumamente impactantes, mucho más explícita que sus películas anteriores, y con un mensaje que hace reflexionar. Aunque quizá si la falte rematar en su desenlace.
También es cierto que el reparto, no haciéndolo mal ni mucho menos, no
tenía el nivel de los impresionantes repartos de películas anteriores del
director. En esta ocasión tiró de Mark Wahlberg, mucho menos cotizado de lo que
está ahora. Zoey Deschanel (en un papel que recuerda a la Holly interpretada
recientemente por Justine Lupe en la serie “Mr. Mercedes”), John Leguizamo
y Betty Buckley, a la cual también recurrió para “Múltiple”.
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