jueves, 18 de junio de 2020

Por trece razones T4



   Más que hacer un reseña de la cuarta temporada, dado que podemos estar casi seguros que ésta ha sido la última, vamos a hacer balance de lo que ha supuesto la serie, por eso lo de no utilizar el formato habitual de crítica.


   Una serie necesaria

   La propuesta inicial era tan interesante que hasta resultaba didáctica tanto para adolescentes como para padres, tutores y educadores, mostrando a modo de denuncia un terrible mundo estudiantil donde imperaban el bullying, las drogas y las violaciones, sin que nadie hiciera nada al respecto. Y retrataba valientemente lo que suponía el suicidio y las razones que podían llevar a él. Una pena que Netflix cediera a las presiones y retirara la escena en la que Hannah se quitaba la vida, acusándola de romantizar el suicidio. No sé a que mente obtusa le cabe la idea de que esa escena podría resultar una llamada para el público adolescente pues pocas veces he visto en televisión una secuencia tan incómoda y dolorosa. Pero la cuestión es que la serie le daba cuerpo a la idea de la novela de Jay Usher. Muchos pensaron que todo debía quedar ahí. No era mi caso. Dejaba demasiados flecos, demasiados cabos sin atar. Una segunda temporada era necesaria para, al menos, saber las consecuencias para el personaje de Bryce Walker, y así fue, dando lugar a la primera de las transformaciones de la serie, en un drama judicial. Pero no sería la única, la segunda dejaba otra idea interesante que podría explotarse, que no era otra que la del peligro de las armas de fuego para los jóvenes. Así que en la tercera volvieron a reinventarse transformando la trama en la de un thriller de intriga. Pero aquí ya empezaba a difuminarse la idea inicial.

   La decadencia de una idea

   Sin duda, esta cuarta y última temporada es la peor de todas, por traicionarse a si misma aún más que en la tercera. Todo debió acabar en la segunda o en su defecto, la tercera, pues el último episodio de ésta, salvo sus minutos finales, así lo proponía. En su despedida, “Por trece razones” solo usa el motivo de la propuesta original como mero pretexto para introducir una sarta de giros tramposos y poco creíbles de lo que la serie ya comenzó a ser esclava en la temporada anterior, con situaciones tan exageradas y extremas que resultan inverosímiles (un instituto convertido en un estado policial, padres en reuniones clandestinas para conspirar sobre el control de sus hijos, adolescentes que se dan cuenta de su nueva condición sexual de la noche a la mañana, venganzas sin sentido, y aún así tienen tiempo para organizar hasta dos bailes, así como el que no quiere la cosa). Además, el personaje de Winston no tiene ninguna credibilidad. Nadie puede creerse su cruzada para encontrar quien mató a una persona que solo vio dos veces y una de ellas recibiendo una soberana paliza de él. La acumulación de situaciones buscando el impacto emocional ha desembocado en la repetición y la redundancia. Aunque no todo es negativo. Se apoya claramente la libertad sexual, especialmente en la homosexualidad, se tratan las secuelas psicológicas tales como la ansiedad y el pánico, lo cual es muy interesante, y el discurso final de Clay es realmente alentador. Además, el personaje del psicólogo, interpretado por Gary Sinise aporta un punto de vista maduro y equilibrador. Y los homenajes a personajes que ya no salían, incluida Katherine Langford. 

   ¿Porque Justin? 

   Alguien tenía que morir. Y a Hannah Baker, Bryce Walker y Monty de la Cruz, siguió, como colofón ultradramático y trágico . . . Justin Foley. ¿Por qué? Algunos apuntan a que la serie hace justicia porque él fue quien comenzó con el bullying a Hannah. Ni por asomo. La elección de Justin es simplemente la más dolorosa que podría haber. Es el personaje con más intentos de mejorar, con pasado más duro y mayores debilidades, que se había ganado el corazón del espectador más que ninguno y que su pérdida enseñaría más a los demás. Su muerte es la que más pañuelos haría gastar para despedir la serie. 

   A pesar de todo . . . funciona

   Por mucha polémica que haya generado, por muy equivocadas que hayan sido ciertas decisiones de guion y por mucho que haya estirado el chicle, es una de las series más aditivas que me he echado a la cara en los últimos años. He devorado cada temporada casi en maratones, incluso molestándome ciertas líneas argumentales. Y eso se debe a lo entretenida que es. Pero sobre todo a la empatía con los personajes y sus situaciones, porque alguna vez, en algún momento, nos hemos visto en alguna de ellas.

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