Con
Roland Emmerich nadie puede darse por sorprendido
porque es un tipo que no engaña. Salvo destellos de talento como “El
patriota” o “Anonymous”, y a mí me encanta “Stargate”, al
director alemán lo que le gusta es ofrecer películas palomiteras
repletas de efectos especiales, doctorándose en cine de catástrofes
porque lo que le pone por encima de todo es destruir Estados Unidos,
sea por terremotos, olas glaciares o lagartos gigantes. Y aquí
ofrece más de eso. De hecho, visualmente es espectacular. En
este caso es la luna la que “por lo que sea” amenaza con impactar
contra la tierra. Pero es que, lo que normalmente le suele fallar a
Emmerich, el guion, es incluso peor que otras veces. Es que no hay
por donde cogerlo. Uno de los mejores ejemplos es el lanzamiento del
trasbordador (no os lo perdáis), pero luego es que hay personajes
que parecen que se teletransportan, tramas que no vienen a cuento y
todo es salvarse en el último segundo. Además de tener a un actor
como Donald Sutherland, que pase por ahí, suelte un par de frases y
hasta luego, nunca más se le vio. Encima, todo es tomado como muy en
serio, cuando le habría venido bien hacer como “Armageddon”,
reírse de si misma, o como dos películas del propio director y que
parecen haberse fusionado aquí, “Independence day” y “2012”,
pero sin su sentido del humor.
Siendo
objetivos, no es una mala película. Está bien, es muy entretenida,
nunca aburre y tiene algunas escenas muy buenas, especialmente la de
Rasputín. Más que contarnos los orígenes de la agencia secreta
Kingsman, pues ésto es una precuela de la saga, nos cuenta los
acontecimientos previos, lo que implica desarrollar la historia en un
periodo histórico totalmente distinto, con una ambientación
diferente a lo visto anteriormente. En ese sentido no hay que ser muy
estricto porque la reconstrucción histórica que hace es más bien
libre y la pone al servicio del argumento y no al revés. Le admiro
el intento de alejarse de lo anteriormente ofrecido pero . . . tanto
que no me parecía una película de “Kingsman”. No solo porque no
tiene ningún integrante del reparto de las dos películas
anteriores, que eso es evidente y hasta previsible, además que ésta
tiene un repartazo también, donde destaca especialmente Ralph
Fiennes, sino
porque aunque tiene buenas escenas de acción, no hay ninguna que
esté a la altura de las mejores de las dos entregas precedentes
(nunca olvidaré la escena de la iglesia de la primera) y, sobre
todo, no tiene el humor gamberro que las caracteriza. Así que, no es
mala pero me ha resultado decepcionante.
Que
conste que no fui de los que cargaron contra la primera, a la que
considero bastante entretenida y una presentación bastante
aceptable del personaje. Pero en esta segunda parte me he tirado gran
parte de ella preguntándome, ¿ésto no era de acción y tema
superhéroes? Porque parece más una película de parejas. Solo les
hubiera faltado llamar a Meg Ryan. Porque entre la pareja formada por
Eddie
Brock (Tom Hardy) y Venom, Brock y su ex, su ex y su nuevo novio,
Cletus Casaby (Woody Harrelson) y su novieta, . . . Madre mía, que
parece una comedia de enredo. Porque todo ese gamberrismo que
prometían se queda en nada, limitados por la calificación de PG-13,
por lo que Venom se tira toda la película hablando de comerse
cabezas y de hacerle cosas muy burras a gente pero poco más. Y no
será que no haya un buen reparto, que incluso a los dos
protagonistas los acompañan Michelle Williams y Naomi Harris. Pero
es que están todos tan desaprovechados, hasta Harrelson lo está.
Voy a salvar los efectos visuales casi por no catearla en todo,
aunque las escenas donde los despliegan, salvo la del final, son muy
cortas. Espero que lleven al personaje a interactuar con Spiderman en
futuras secuelas porque lo necesita.
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