El
título no puede ser más explicativo, casi es una sinopsis en si
mismo. Pero es que es una de la constantes de cierto cine fantástico
de los ochenta, que es al que viene a hacer referencia. Es decir,
cine de aventuras para toda la familia con tono juvenil y un toque de
terror (entiéndase para todos los públicos). Por lo tanto la
premisa es bastante simple y típica, el viaje del antihéroe en su
conversión a héroe en toda regla. Pero aún así me ha parecido muy
entretenida y divertida. En gran parte gracias a su protagonista, Dylan O’Brien,
que está especialmente acertado, no tomándose a si mismo tan en
serio como en la saga “El corredor del laberinto”, donde llegó a
hartarme. Además, la recreación de los monstruos es muy buena,
mucho mejor de lo que cabría esperarse. Y tiene un par de escenas
muy curiosas. Aunque desaprovecha unos personajes que el protagonista
encuentra por el camino que podrían haber dado mucho juego si les
hubieran dado más bola, me refiero a Michael Rooker y su joven
compañera. Perfectamente podría tener una secuela, y podrían
volver con esos personajes precisamente. 6.
Soy
consciente de la cantidad de palos que se llevó pero es que a mí no
me ha parecido tan mal. Me gusta su mezcla de géneros, en un
principio más afincada en el bélico, que incluso recuerda a la
película “Memphis Belle”, pero que rápidamente va por el camino
del misterio, también guiña a un capítulo de la serie “Cuentos
asombrosos”, dirigido por Steven Spielberg, en el que un personaje
está atrapado en una cabina del avión, lo que acrecenta el efecto
claustrofóbico. Pero lo que le da el punto interesante es la
referencia a la leyenda de los gremlins, que no se inventaron en la
película de los ochenta sino que en aquella se hacían eco
precisamente de una leyenda de la Segunda Guerra Mundial sobre unas
criaturas a las que les echaban la culpa cuando tenían averías en
los aviones. Es cierto que cuando se descubre el pastel la cosa
pierde interés y que en la recta final se le va al olla y de que
manera, pero hasta entonces Chloe Moretz había conseguido mantener
el avión en el aire. 5’5.
Abordo
estas películas con las expectativas bajas. Soy consciente de sus
limitaciones de presupuesto. Pero tengo debilidad por el
cine de “bichos” (ya sean tiburones, cocodrilos, pirañas o lo
que sea) y a veces te llevas una grata sorpresa. Es lo que pasó con
la predecente de ésta, “Black water”, que hacía de la falta de
medios una virtud y me resultó muy realista. Sin embargo, no es el
caso de la segunda (aunque no tienen relación argumental entre
ellas) con la que me he llevado el mismo bajonazo que con la secuela
de “A 47 metros”. Echarle un buen vistazo al cocodrilo del cartel
porque es lo máximo que vais a ver de él. En toda la película
saldrá entre tres segundos y tres segundos y medio. Mientras tanto
nos entretienen con unos mil planos del agua iluminados con linternas
en los que no pasa absolutamente nada. De hecho, puede que sea el
mismo plano repetido mil veces. Lo curioso es que tiene un par de
ataques bastante sorprendentes, el problema es que como te pille
parpadeando pues te los pierdes. Que nadie se espere un “El
territorio de la bestia”, “Mandíbulas” o “Infierno bajo el
agua”, que si son pelis de cocodrilos chulas. 3.
No hay comentarios:
Publicar un comentario