Sin
duda, una de las transformaciones físicas más impactantes de los
últimos años fue la de Brendan Fraser para esta película, en la
que interpretaba a un profesor recluido en su propia casa con una
obesidad mórbida que le produce un grave riesgo para su salud.
Fraser no engordó para el papel, sino que fue todo un trabajo
excepcional de maquillaje, que fue premiado con el Oscar, al igual
que el propio actor.
Aunque su mayor mérito para conseguirlo no fue precisamente hacer gala de esa impresionante transformación, sino conmover a todo espectador que veía la película. Curiosamente bajo una enorme prótesis que pesaba más de 90 kg, Fraser estaba en una excelente forma, pues tuvo que ejercitar sus músculos para poder manejar precisamente esa prótesis de cuerpo entero.
Para la cual llegó a soportar sesiones de maquillaje de hasta diez horas, siete de ellas para la parte de la cabeza. Para colocarle el traje y maquillarlo, se necesitaban cuatro personas. El mérito en su interpretación se basa en que tras esas maratonianas sesiones, realizó una de las actuaciones más desgarradoras que un servidor haya visto en muchos años. Recuerdo que cuando las luces de la sala se encendieron, la mayoría de la gente no podía ni hablar, muchos de ellos con lágrimas en los ojos y sorbiéndose los mocos.
El
director, Darren Aronofsky, llevaba diez años con intención de
llevar esa obra de teatro a la gran pantalla pero no encontraba el
actor adecuado. Hasta que surgió Brendan Fraser, a quien su propia
historia personal le hacían el actor perfecto, a quien, como hizo
con Mickey Rourke en “El luchador”, consideraba injustamente
ignorado y pretendía rescatar dándole la posibilidad de
reivindicarse.
Y
el actor se lo agradeció dejándose todo en el personaje,
regalándole a él y a nosotros una soberbia interpretación con la
que fue ovacionado durante más de seis minutos en el Festival de
Venecia y con la que arrasó en la temporada de premios, culminándose
su éxito, y resurrección, con el Oscar. Pero además está
magníficamente acompañado por la joven Sadie Sink, Hong Chou
(también nominada pero que no premiada) y Samantha Morton.
Como
en otras películas anteriores de Darren Aronofsky, retrataba un
personaje torturado, como en “Pi, fe en el caos”, “Réquiem por
un sueño”, “Cisne negro”, “Noé” o “Madre”. Lo
encerraba en un formato de pantalla con la relación de aspecto 4:3,
muy cuadrada, que realzaba la claustrofobia de una historia rodada
prácticamente de forma íntegra en interiores, algo que ya venía de
la obra teatral que adaptaba.
El
cineasta quería hablar de la salud mental y de las conductas
autodestructivas. Sin embargo, no todos lo interpretaron así. La
película tuvo sus dosis de controversia, acusándole de estigmatizar
a las personas obesas, de retratarles como gente siempre triste y
presa de la comida, de generar con ella la “gordofobia”. Cuando
lo que Aronofsky quería es retratar a una persona con un problema
mental. Su obesidad sólo es una de las consecuencias de ello.
Aunque
si tiraba el gancho con la obesidad, engañando a los espectadores
que previamente de ver la película podían pensar, yo lo hice, que
“La ballena” era Charlie, el protagonista. Cuando la ballena se
refiere a la de “Moby Dick”, y a una redacción sobre la obra
literaria de Herman Melville, de su hija, qué es lo que le demuestra
que es una buena persona y con la que quiere hacer las paces antes de
morir.
La
película tuvo muy buenas críticas, destacando principalmente las
interpretaciones de los actores, no sólo la de Brendan Fraser. Y
económicamente le fue de maravilla, sólo costó 3 millones de
dólares y recaudó 54 en taquilla.

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