Algunos la consideran incluso mejor que la anterior versión, que nuevamente se alejaba de la novela de Bram Stoker, y que en Estados Unidos se estrenó como “Horror of Drácula”, no sólo para evitar problemas legales con la versión de 1931 sino porque casi treinta años después, esta seguía siendo proyectada en algunos cines del país. John Carpenter afirmó que era la mejor película de vampiros y la ha homenajeado en varias de sus películas.
Aunque la Hammer llevaba más de veinte años creada, con un buen saco de títulos a sus espaldas, fue a partir de esta, junto con “La maldición de Frankenstein” con las que se inició un ciclo de monstruos clásicos y un período sumamente provechoso comercialmente para la productora. Ambas estaban dirigidas por Terence Fisher que se convirtió en uno de sus directores franquicia.
El principal, lo cual confirma en un buen lote de títulos posteriores como “El perro de los Baskerville”, “Drácula, príncipe de las tinieblas” (secuela de la que estamos comentando), “La momia”, “Las novias de Drácula”, “La maldición del hombre lobo” o “El fantasma de la ópera”. De hecho, este Drácula, el interpretado por Christopher Lee, apareció en otras siete películas más, aunque no en todas como protagonista.
Aunque lo de ser protagonista es un decir. Pasa como en otras películas, como “Tiburón”, “Alien, el octavo pasajero” o la propia “Bitelchus”, que quien da título a la película y supuestamente es el protagonista, el monstruo, tenemos la sensación de que su presencia es constante. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Drácula solo está en pantalla siete minutos y el personaje tan solo tiene 16 líneas de diálogo.
Un Christopher Lee que pasaría a ser uno de los Drácula más icónico de la historia del cine y que junto a Peter Cushing formaría uno de los dúos protagónicos, muchas veces enfrentados en la ficción, aquí como Van Helsing, más recordados. Les acompaña Michael Gough (el primer Alfred del cine, el del “Batman” precisamente de Tim Burton) y Melissa Stribling y Carol Marsh en el capítulo femenino.
Esta versión era considerablemente diferente a la de 1931, que era mucho más teatralizada. Incorporó de forma mucho más clara el componente fantástico, el romance, la sexualidad y la visión de la sangre de forma explícita, a lo cual le sacaron gran rendimiento gracias a ser una película en color.
Es más, se especuló con que existía una versión con los 36 minutos que fueron censurados en su estreno en Europa, que la leyenda decía que estaba en Japón, donde no había sido censurada. Eso es lo que se pensaba, que había sido una leyenda. Pero no, efectivamente se encontró una versión en Tokio, que fue restaurada en 2007.
La película tuvo un presupuesto limitadísimo, tan solo de 81.000 libras esterlinas, unos cien mil dólares americanos. Para ajustarse a él, se excluyeron todas las transformaciones y los viajes. Todos menos uno, para el cual pidieron el carruaje prestado a un coleccionista, George Mossmam, que accedió encantado. El negocio salió redondo porque aunque inicialmente las críticas no fueron demasiado positivas, solo en su estreno logró recaudar tres millones y medio de dólares, y a lo largo de todas las explotaciones en salas se calcula que su recaudación total fue de 25 millones.
Algunas curiosidades del rodaje. En algunas escenas, Lee debía llevar unas lentillas que hacían parecer que tenía los ojos inyectados en sangre, pero que limitaban tanto su visión que incluso provocaron que se saliera varias veces del plano. Por cierto, se eliminó el sonido de sus pasos en montaje para dar una sensación más sobrenatural a su presencia en pantalla.
Tras esta película quedó totalmente instaurada la imagen del vampiro con colmillos. Respecto a la capa que llevaba en la película, estuvo perdida durante décadas, y no fue recuperada hasta encontrarse en el inventario de una tienda de disfraces de Londres. El tema de las capas que llevan los actores que hacen de Drácula siempre ha suscitado curiosidades.
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