martes, 23 de enero de 2024

Escenas Míticas: Rarunas - Eyes wide shut

 


   Es una de esas películas límite, de las que a algunos les parece una obra maestra y a otros un soberano pestiño. Personalmente la considero fascinante, lo que me supuso la discusión, en su momento, con quienes fui a verla al cine. Supongo que habría sido mejor para ellos haber elegido una de carreras de coches, para no estrujarse demasiado el cerebro. Pero sí es cierto “Eyes wide shut” no es, ni mucho menos, una película para todo el mundo.



   Como en muchas ocasiones ocurría con su autor, Stanley Kubrick, sin duda, uno de los mejores cineastas de la historia del cine, que nos dejó tras una breve filmografía, la verdad, pero en la que no había ni una sola mala película, y, sin embargo, varias pueden considerarse, sin ningún problema, obras maestras. Por ahí se quedaron en el tintero “I.A. Inteligencia artificial” (que finalmente Steven Spielberg llevó a la pantalla grande) y un biopic sobre Napoleón, probablemente bastante diferente del que nos ha brindado Ridley Scott.



   La cuestión es que en sus últimos veinte años de vida, Kubrick solo hizo tres películas, muy espaciadas entre sí. Anteriormente, había estrenado películas con tres o cuatro años de separación. Sin embargo, tras “ El resplandor” (1980) tardaría siete en estrenar “La chaqueta metálica”(1987) y once en hacer lo propio con la que ya sería su obra póstuma (murió días antes de presentar su montaje), “Eyes wide shut”.



   En su momento, muchos dijeron que no había sido un digno colofón a tan excelsa carrera del director pero, como suele ocurrir, con los años ha ido revalorizándose. Aunque allá cuando se estrenó, en 1997, polarizó la crítica profesional y más todavía el público. Aún así, no tuvo una mala taquilla, teniendo en cuenta que no era una película muy comercial sino todo lo contrario, bastante inaccesible para el espectador medio.



   Aun así obtuvo 162 millones de dólares en salas, habiendo costado 65. Y es habiendo tenido el que se considera rodaje más largo de la historia del cine, en torno a 15 meses, ya era sabida la exigencia de Kubrick a la hora de rodar y el infierno al que sometía a sus repartos pero este se le fue de madre ya del todo. De todos modos, su principal problema venía generado por la polémica de sus escenas de sexo.



   Más en concreto con la controversia creada por la secuencia de la orgía, cuya exacerbación de la perversión sexual supuso que estuviera a punto de ser calificada X. Es más, en Estados Unidos se presentó una versión mediante la cual algunos trucajes visuales escondían ciertos desnudos explícitos. No fue el único aspecto que levantó ampollas, en el ritual de la orgía sus participantes masculinos estaban representados como monjes, y las mujeres como esclavas sexuales.



   Sin embargo, originalmente iba a ser una comedia protagonizada por Woody Allen o Steve Martin. Pero una revisión de la novela original escrita por Arthur Schnitzler, “Relato soñado”, de 1925, hizo que Kubrick tornara al drama con tintes de thriller e incluso de terror psicológico. Cambió el escenario, Viena por Nueva York (aunque se rodó en Londres por la fobia de Kubrick a volar en avión) y la época la trasladó a los noventa.



   En dicha novela, la orgía no era tal, sino que era un baile, también de máscaras eso sí, y con sus participantes totalmente desnudos. Orgía para la cual, en la película, su compositora, Jocelyn Pook, se basó en la liturgia de una iglesia ortodoxa rumana, la de Baia Mare, pero compuesta al revés. El resto eran temas de Liszt, Ligeti o Shostakowski.



   No obstante, básicamente la clave de la historia del texto original es la misma que radica en la película, que gira en torno a la confesión de una mujer a su esposo de una fantasía sexual con un marinero, lo cual le generó tantas dudas a él, que se deja arrastrar en un viaje nocturno de perversión. Lo que le venía de perlas a Kubrick para hablar de los temas que le interesaban; el sexo, las fantasías sexuales, los celos, la fidelidad y la perversión.



   Kubrick estaba encantado con su pareja protagonista, el matrimonio real formado por Tom Cruise y Nicole Kidman, quienes firmaron un contrato por tiempo indefinido y se sometieron a terapia y psicoanálisis por petición del cineasta. Se rumoreó que el desgaste del rodaje provocó su crisis matrimonial posterior. Harvey Keitel y Jennifer Jason Leigh llegaron a formar parte del reparto pero abandonaron dicho rodaje por diversos motivos, siendo sustituidos por Sydney Pollack y Leelee Sobieski.




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