No figura en los primeros puestos de películas épicas pero es una de
mis favoritas. Ya sea por el interés que me suscita la cultura
japonesa, más en concreto, la de los samuráis, o por la confianza
en su protagonista, pues no tengo esa animadversión absurda que
tienen algunos, sino todo lo contrario. Porque más allá de sus
peripecias de acción con la saga “Misión imposible”, Tom Cruise
ha querido tocar todos los géneros; bélico, ciencia ficción,
incluso terror, y con esto ya tenía su película de historia épica.
Historia
más inspirada que basada, y no, no es lo mismo. Para basarse hay que
tener un alto porcentaje de fidelidad a los hechos reales. Si bien es
cierto que la trama se centra en un momento muy concreto que hace
referencia a el ocaso de los samuráis, se toma tantas licencias
históricas como le es necesario para, a su juicio, hacerlo lo más
atractivo posible a la película. Y no pasa nada, no es un
documental.
No
obstante, es necesario situarla en el tiempo y en el periodo
histórico. Esto es alrededor de 1876, cuando se dio el
enfrentamiento entre los que se le llamó la Restauración Meiji, que
proponía una modernización de Japón a través de su
occidentalización. Esto chocaba con la llamada Rebelión Satsuma,
formada por varios clanes, en los que se encontraban los samuráis,
que apostaban por los valores tradicionales y se oponían a la
entrada de las potencias extranjeras, como la norteamericana o las
europeas, a Japón.
Encabezando
esa rebelión estaba Saijo Takamori, que corresponde al personaje de
Katsumoto, interpretado por Ken Watanabe. Sin embargo, el de Nathan
Algren, interpretado por Tom Cruise, está basado en la mezcla de dos
personajes reales, y no uno solo como dicen algunas fuentes. Uno fue
Frederick Towsend Ward, mercenario contratado al servicio de la China
Imperial durante la rebelión de Taiping.
Y
el otro en el que se reconoce más claramente el Algren de la
película, Jules Brunet, que era francés en realidad y que aunque
inicialmente ayudó al Japón Imperial, se sintió tan sumamente
cautivado por la cultura clásica japonesa que llegó a combatir con
los mismísimos samuráis y efectivamente asistió a su ocaso, aunque
no de una forma tan directa como se ve en el film.
Un
Tom Cruise que descartó trabajar en “Cold Mountain” papel que
terminaría a cargo de Jude Law, para poder meterse en la piel de
Algren . Para ello, entregado al máximo como suele ser habitual en
este actor, pasó ocho meses aprendiendo karate y kendo, y
estudiando el Bushido, el código samurái. Además de estar casi dos
años practicando el uso de la espada. Su afán de no utilizar dobles en las escenas de riesgo casi le jugó una mala pasada al estar a
punto de morir decapitado tras el fallo de un caballo mecánico.
Lo
cual evitó otro de los intérpretes del reparto, Hiroyuki Sanada. A
estos, Cruise y Sanada, les acompañaron en el reparto el mencionado
Ken Watanabe (qué fue nominado al Oscar como actor de reparto), Tony
Goldwin, Timothy Spall, Billy Connolly y Koyuki Kato (que venía de
ser uno de los protagonistas de “Kairo” una perturbadora película
japonesa de terror que tuvo su correspondiente remake americano con
“Pulse”). Por cierto, con motivo de la promoción de la película,
fue la primera vez que salía un hombre, Cruise, en la portada de la
revista “Marie Claire”.
Eso
delante de la cámara, tras ella un efectivo artesano de la
dirección, Edward Zwick, que ya había manifestado un gusto por el
cine de corte épico, como en “Tiempos de gloria” o “Leyendas
de pasión”. Pero que además tiene otros títulos interesantes en
su filmografía en otros géneros, como “Estado de sitio”
(terrorismo), “En honor a la verdad” (bélico), “Diamantes de
sangre” o “El caso Fischer” (ajedrez). Quizá no es un maestro
pero si un cineasta fiable para sentarse en la silla de director.
Zwick
no esconde que su principal inspiración era el cine de Akira
Kurosawa, más en concreto “Los siete samuráis”. Aunque
utilizando técnicas más modernas, como el programa de Software
Massive, creado por Weta Digital para recrear las multitudinarias
batallas de “El señor de los anillos”, y que también se utilizó
para películas como “Troya” o “Alejandro Magno”.
Y, por supuesto, cumple a la perfección las características típicas de este cine; romance, batallas, tragedia (de hecho, es de las pocas películas que me han hecho llorar en una sala de cine) y la magnífica música, una vez más, de Hans Zimmer, que no fue ni nominada al Oscar. Si lo fue, como ya he dicho, Ken Watanabe, el diseño de producción, vestuario y sonido. Tuvo mayoritariamente buenas críticas y comercialmente fue un éxito de taquilla. Costó 140 millones de dólares y recaudó 456 en salas.
El último Samurai recrea la eterna lucha por el control territorial y la defensa de los valores tradicionales.
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