Se estrena este mes la que se espera
que sea uno de los platos fuertes de este año, una nueva entrega de
la ya extensa, si sumamos sus secuelas y sus precuelas, de "El planeta de los simios" en la que se
mantiene en el terreno de la segunda en un capítulo más en la
aproximación a lo que ocurría en la primera película, es decir,
esta, la que vamos a comentar ahora, y que se titulará “El reino
del planeta de los simios”.
Sin
duda, es un clásico absoluto de la ciencia ficción. No de culto
porque no pasó precisamente inadvertida en su momento de estreno,
siendo la séptima película más taquillera de 1968, con 33 millones
de dólares recaudados (15% dedicado al maquillaje) habiendo gastado
solo 5 en ella. Además, que las críticas fueron muy positivas. En
definitiva, que fue un éxito desde el principio.
No
obstante, sí es cierto que ha quedado como una película intelectual
por ese mensaje final en el que invitaba el espectador a reflexionar
sobre lo que el ser humano es posiblemente capaz de hacerle a nuestro
planeta, en uno de los desenlaces más impactantes de la historia del
cine, pero que básicamente no deja de ser una excelente película de
aventuras y ciencia ficción.
Basada
en la novela homónima de Pierre Boulle, la cual fue trasladada a la
pantalla con bastantes licencias. De hecho, el primer guion de Rod
Serling, el primer guionista, fue rechazado por los productores, pues
era demasiado fiel al libro, situando a los simios en una sociedad
moderna similar a la nuestra, lo que implicaba un desembolso
económico bastante generoso, por eso se optó por una revisión, de
Michael Wilson, mostrando a los simios de forma más primitiva.
De
todos modos, nadie estaba muy dispuesto a llevar a cabo esta
adaptación de la obra de Boulle, y las principales dudas residían
en la caracterización precisamente de los simios, pues se pensaba
que las máscaras que tenían que ponerse los actores harían reír
al público. Para ello se realizó un pase de prueba, lo que ahora
llamamos “test screen”, con la condición de que solo se seguiría
adelante si no se reía nadie, lo cual no ocurrió.
De
hecho, el trabajo de maquillaje fue tan excepcional que recibió un
Oscar Honorífico especial pues todavía no existía esa categoría
en 1969. En esa edición también fue nominada al vestuario y la
banda sonora, los cuales no ganó. La labor de caracterización se
completó con las clases de mimo que recibió gran parte del reparto
para simular los movimientos de los simios.
Por
cierto, maquillaje que le era tan insoportable a una de las actrices
principales, Kim Hunter, cuyo papel le fue ofrecido antes a Ingrid
Bergman pero lo rechazó, que necesitó Valium para tranquilizar la
ansiedad que le generaba. Sin embargo, a Rody McDowall le resultaba
hasta divertido, hasta el punto que un día decidió conducir hasta
casa con el maquillaje puesto, lo que supuso la estupefacción de los
demás conductores.
Para
el papel de Taylor se manejaron los nombres de muchas estrellas del
momento, como John Wayne, Sean Connery, Steve McQueen, Paul Newman,
Rod Taylor o Gregory Peck. Finalmente fue para Charlton Heston,
convirtiándolo en uno de los personajes más icónicos de su carrera.
Para el papel de Nova, se aspiraba a que Rachel Welch o Ursula
Andress lo aceptarán. No lo hicieron, y fue a parar a Linda
Harrison.
El
director fue Franklin J. Schaffner, responsable de títulos tan
reconocidos como “El señor de la guerra”(con Heston también),
“Papillón”, “Patton” o “Los niños del Brasil”. Tuvo
cuatro secuelas: “ Regreso al planeta de los simios”, en la cual
Charlton Heston aceptó participar solo con la condición de que su
personaje muriera, “Huida del planeta de los simios", "La rebelión de los simios" y "La batalla por el planeta de los simios", casi en años consecutivos. Además de una serie de la que solo se emitieron catorce episodios, y una de animación, con trece. En 2001, Tim Burton realizó un remake. De las precuelas hablaremos en próximas entregas del ciclo.
Hay un plano de la película en el que se ven representados los Tres Monos Sabios de la escultura japonesa de Hidari Jingoro, del Santuario de Toshogu, en Tokio; Mizuru, Kikazaru e Iwazaru, que simbolizan "no ver, no escuchar, no decir el mal".
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