Supongo
que me caerán tomates para parar un tren pero siempre intento ser
objetivo en mis opiniones sin dejar que las afecten otras que podrían
ser más populares. Cómo que cualquier tiempo pasado fue mejor. Aquí
lo fácil sería decir que la película original es la buena y que el
remake no aporta nada, por lo que es innecesario. Pero un servidor lo
que ha hecho es ver ambas versiones seguidas y lo siento pero no
estoy de acuerdo con esa premisa.
Por
supuesto que considero la de 1962 una gran película pero no mejor
que la de 1991 y me baso en un factor muy claro, la dirección. Aquí hay que
decir que Martin Scorsese es mucho mejor que J. Lee Thompson, se
ponga como se ponga quien quiera. Solo hay que ver las filmografías
de cada uno de ellos. La de Thompson, salvo “Los cañones de
Navarone”, salpicada predominantemente de títulos de serie B.
Sin
embargo, Scorsese llegaba a este proyecto habiendo firmado ya tres de
sus obras maestras, como son “Taxi driver”, “Toro salvaje” y
“Uno de los nuestros”, precisamente su película previa, por lo
que estaba en un excelente momento de forma y en plenitud de su
talento. De hecho, en esa misma década de los noventa, tras esta
versión, todavía añadiría “La edad de la inocencia” y
“Casino”.
Es
la dirección el factor diferencial más importante porque no solo
ambas se basan en la novela “Los verdugos” de John D. McDonald en
1957 sino que directamente utilizaron el mismo guión de James R. Webb
del 62 pero dándole una vuelta para añadir carga psicológica, al
menos eso es lo que le encargó el propio Scorsese al guionista
Wesley Strick, además de algunas aportaciones personales del
cineasta italoamericano.
Y
eso que la participación de Scorsese fue casi por casualidad.
Inicialmente eran proyecto de Steven Spielberg, pero sube también
estaba interesado en “La lista de Schindler”, en la que Scorsese
estaba trabajando en el guión pero quizá dirigirlo si Spielberg
seguía con la idea del remake de “El cabo del terror”. Pero
Spielberg tenía un interés personal en “La lista de Schindler”
y termino por proponerle a su amigo Scorsese el intercambio de
proyectos.
Muchos
dicen que el factor diferencial que decanta la balanza en favor de
“El cabo del terror” es la interpretación de un Robert Mitchum
pletórico. Y desde luego que es indiscutible. Pero tampoco es que
esta vez el papel de Max Cady cayera en un actor de poca monta
precisamente. Porque aunque inicialmente se pensara en Bill Murray para encarnarlo, Robert de Niro realizó una de las actuaciones
más icónicas de su dilatada carrera.
De
Niro, como siempre en esa época, se entregó en cuerpo y alma.
Recorrió varios pueblos sureños haciendo repetir frases de su
personaje a sus habitantes para así clavar adecuadamente el acento. Se realizó una ortodoncia para que su dentadura tuviera un aspecto
más siniestro, lo que le costó 5000 dólares y después 20000 en
volver a corregirla. Y se realizó unos tatuajes reales, en tinta
vegetal para que luego se quitarán a los pocos meses pero que
requirieron de un tratamiento láser para borrarlos del todo. Todo para la escena del río. Porque el maquillaje se borraba con el agua.
Su
empeño le valió otra nominación al Oscar. Al igual que a su
compañera en el reparto, Juliette Lewis, como Danielle Bowden,
papel para el que optó una larga lista de actrices dónde se
consideraron a Meg Ryan, Jodie Foster, Jennifer Jason Leigh, Drew
Barrymore, Helen Hunt, entre otras. De hecho Winona Ryder y Jennifer
Connally lo rechazaron antes de llegar a Lewis.
Para
el de Sam Bowden se pensó en Harrison Ford, Robert Redford y
Kevin Kline, aunque finalmente fue para el Nick Nolte. Les acompañó
Jessica Lange y tres actores que aparecerían en la versión antigua
pero en otros roles, el propio Robert Mitchum, y más en clave de
cameo, Martín Balsam y Gregory Peck, que sería su última aparición
en una película, por cierto. La película tuvo buenas críticas y
funcionó muy bien en taquilla. Costó 30 millones de dólares y
recaudó 180.
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