Han pasado más de veinte años y curiosamente varios temas de los planteados en esta película allá por 1998, están, no solo vigentes todavía, sino más de actualidad que nunca. Y eso que en el momento de su estreno prácticamente se la podía considerar, y así lo definieron algunos críticos, como ciencia-ficción.
Porque aquello que se calificó como inverisimil, de que la gente pudiera ser espiada mediante satélites, cámaras, micrófonos, se tomó como fantasioso y hoy es un riesgo totalmente real, dos décadas después, que a esos dispositivos hemos añadido el más eficaz y que, para colmo, llevamos de forma complatamente voluntaria, los móviles.
Hoy en día, gran parte de la población recela de las aplicaciones para controlar los contagios del Covid-19 e incluso de las propias vacunas, sospechando conspiraciones como que nos van a implantar chips para espiarnos. Algo paradójico porque, sin embargo, no se tiene problemas para envejecer e incluso camabiar de sexo nuestros rostros en imágenes que nosotros mismos les proporcionamos, aceptando todas sus condiciones sin leer de esas apps.
A finales de los noventa, internet apenas estaba desarrollando lo que es ahora. No existían las redes sociales, y la invasión de nuestra privacidad parecía que tenía que venir de cotas más altas, de servicios secretos gubernamentales, escudándose en la seguridad nacional. Pero ahora, esa invasión puede venir de cualquier parte y encima le damos nuestro consentimiento.
Pero hablemos de la película. concretamente de su director. Tony Scott, tristemente fallecido en 2012, y durante toda su carrera a la sombra de su hermano Ridley, aunque parece que eso no provocaba recelos en él. Pero no debe ser fácil tener un hermano que haya firmado obras maestras del cine como "Alien, el octavo pasajero" y "Blade Runner".
Sin embargo, personalmente siempre he considerado a Tony Scott un seguro de entretenimiento sumamente eficaz. Si, con un estilo más puramente comercial, repleto de montajes desenfrenados (a veces cercanos al videoclip) y primeros planos, pero que sabía crear tensión y montar un producto muy atractivo para el espectador.
Solo en la década de los noventa, aparte de la que hoy comentamos, su aportación al género de acción fue más que generosa, con títulos como "El último boyscout", "Marea roja", "Fanático" y "Amor a quemarropa" (con guion de Quentin Tarantino), que tampoco tuvieron malas críticas y funcionaron perfectamente en taquilla. "Enemigo público" costó 90 millones de dólares y recaudó 250, por ejemplo.
El reparto lo encabezaba Will Smith, aunque optaron al papel Mel Gibson, Tom Cruise y George Clooney. Se eligió a Smith que venía de cosechar varios éxitos de taquilla consecutivos con "Dos policías rebeldes", "Independence day" y "Men in black". Le acompañaba Gene Hackman (se había pensado en Sean Connery), con el que Scott había trabajado recientemente en "Marea roja", y cuyo personaje casi era un guiño al interpretado en la película de Coppola, "La conversación".
El resto del reparto estaba plagado de nombres conocidos como Jon Voight,
Tom Sizemore, Lisa Bonet, Regina King, Gabriel Byrne, Stuart Wilson, Jason Lee, Jack Black e incluso Jason Robards. Eso si, con papeles más bien cortos. Todo para un thriller trepidante típicamente noventero y muy efectivo.
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