Realizar una secuela
era inevitable. “Rocky” había dejado las arcas llenas y al público expectante. Había llegado para quedarse, había anidado en los corazones de los
espectadores, ávidos de nuevas hazañas, de emocionarse de nuevo y de ver
desarrollarse al personaje.
Sylvester Stallone volvió a ocuparse del texto y esta vez
también se colocó tras la cámara, además de delante de ella. Por cierto,
bastante merito el de protagonizar, dirigir y escribir una película
con tan poca experiencia, algo que muy poca gente o ninguna se paró a pensar.
No estaba mal para alguien que solo resaltaba por su físico.
Stallone sabía que el personaje debía ir por la misma línea
de sencillez y humildad que ya había conquistado al respetable, pero también
era consciente de que debía de ofrecerle
algo más. Su guión explotaba más eficientemente la capacidad dramática de
Rocky/Stallone, ofreciendo momentos muy emotivos en cuanto a su relación con
Adrian o su entrenador Mickey.
Además, Stallone se permitió el lujo demostrar un poco de
crítica social en relación a una situación que le estaba ocurriendo a él en la vida real y que
se plasmó en el personaje haciendo que ambos la sufrieran paralelamente. Me
estoy refiriendo a la sobreexplotación de las estrellas emergentes. Personas
venidas de abajo que de la noche a la mañana se convierten en figuras comerciales
y mercantilizadas, rodeadas de merchandising sobre su propia persona y que
deben ser capaces de asumir esa abrupta fama.
Sylvester se lo tomó
tan en serio que en su entrenamiento llegó a lesionarse de gravedad en uno de
sus pectorales, lo cual paralizó el
rodaje durante semanas. Por lo demás, todo el reparto se repite pues todos los
personajes de la película predecesora continúan. Desde Adrian (con la parte más emotiva de la película), Apolo (quien volvería a ser su rival en el ring), Mickey (que llegaría a tratar a Rocky como más que un pupilo), hasta el mismo Pauly.
El film costó un poco
más que la primera parte, 7 millones, y volvió a recaudar alrededor de los 200,
es decir, otro éxito incontestable de taquilla. La crítica ya no la ensalzó
tanto, pero ya daba igual, el público amaba a Rocky.
Lo que sí tuvo claro Sly es que tenía una deuda pendiente con el espectador. Estaba muy bien ser el gancho moral del combate final. Pero la gente quería una revancha contra Apolo, ganarle en el cuadrilátero, que suponía el “triunfo” total del pequeño contra el grande.
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