Ya tenía ganas de tocar esta película porque es una de aquellas que tanto me gustan reivindicar porque la considero muy infravalorada, sobre todo por la crítica profesional, que tuve oportunidad de disfrutarla en el cine y que, con la excusa de este ciclo, la he vuelto a ver. Como muchas de las películas de los noventa, formaba parte de este estilo de entretenimiento sólo para entretener, y eso es lo que ha vuelto a conseguir conmigo.
De todos modos, aunque la prensa mayoritariamente la calificó negativamente, es verdad que al público eso no le importó porque la película recaudó 196 millones de dólares, habiendo invertido en ella 55. Aunque pareciera que el presupuesto fuera mayor en virtud de lo que ni las críticas pudieron negar, que tenía unos efectos especiales muy buenos.
Algo que ha sido una constante en la filmografía de su director, Roland Emmerich, hacer que sus películas parezcan más caras de lo que en realidad son, tirando mucho más de los efectos prácticos que de los digitales aunque pueda parecer lo contrario, lo que hace películas aparentemente de mucho dinero, como “Independece day” o “Godzilla” tuvieron presupuestos más medidos y así asegurar la rentabilidad del proyecto.
Tal vez porque Emmerich venía de su etapa de su país natal, Alemania, durante la década de los ochenta, haciendo películas muy al estilo americano pero totalmente de serie B, en los géneros de terror (“El secreto de Joey”) y el fantástico (“El secreto de los fantasmas”) o la ciencia ficción (“Estación lunar 44”). En ella ya se palpaba que al director germano le tiraba el cine espectáculo y que se practicaba en Hollywood.
Sin embargo, no fue hasta “Soldado Universal”, aquella con Jean Claude Van Damme y Dolph Lundgren, y que también disfruté en una sala de cine de adolescente, cuando Roland Emmerich hizo su primera película plenamente de producción norteamericana, justo previamente a esta “Stargate, la puerta a las estrellas”. Por cierto, en Sudamérica se le puso la coletilla, “Puerta del tiempo”, lo que hizo que el público pensara que era una película de viajes en el tiempo, más concretamente a la época del Egipto de los faraones.
Y lo cierto, es que viendo la película, en un principio, es justo lo que parece. Aunque posteriormente se descubra que a donde han viajado es a otro planeta. La idea era darle la vuelta al cine de invasiones extraterrestres haciendo que fueran los humanos los que se colaban en un planeta extraño.
El truco estaba en que ese planeta y sus habitantes fueran muy parecido al nuestro al igual que sus habitantes. La ocurrencia le vino a Emmerich tras ver un documental, “Chariots of the Gods”, que hablaba de la teoría de que las primeras civilizaciones humanas fueron desarrolladas por alienígenas, como por ejemplo, la egipcia, lo cual explicaría la construcción de las pirámides, como sostenía el investigador Erich von Daniken.
Aunque la idea más concretamente elaborada podría haber sido, más bien, robada a un estudiante de egiptología, Omar Zuhdi, que les mandó su teoría y un esbozo de guion, como diez años antes. Zuhdi denunció este hecho y debía tener razón porque Roland Emmerich y el productor de la película, Dean Devlin arreglaron el asunto sin llegar a juicio, suponemos, mediante pago de un importante suma de dinero.
Un Roland Emmerich que aportó ideas tanto para abaratar costes, haciendo que muchos de los extras de la película fueron en realidad maniquíes, o para promocionar. De hecho, es la primera película de la historia en tener una página web propia, con fotos de detrás de las cámaras, notas de prensa, entrevistas, aunque no tráilers porque la página no podía cargarlos.

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