Llegamos
a otra de esas películas que merece una reivindicación pues no tuvo
su justo reconocimiento en su momento. Y que es otro perfecto ejemplo
de variante del subgénero de posesiones. Aquí tampoco vemos
llamativas transformaciones físicas y espectaculares secuencias de
exorcismos. De hecho, el invasor, un demonio, solo toma los cuerpos
para cometer sus crímenes con ellos.
Tan
solo tocando a otra persona puede pasar a su cuerpo usándolos, aquí
si, como un avatar, como un envoltorio físico para interaccionar con
los humanos. Idea que se le ocurrió a su guionista, Nicholas Kazan,
reflexionando sobre lo contagioso que puede ser una conducta social.
Es decir, si alguien se comporta de forma desagradable con un
segundo, es más fácil que este haga lo propio con un tercero y este
con un cuarto.
Además,
argumentalmente podía dar mucho juego a la hora de poder seguirle la
pista al asesino, que en este caso no tendría una sola cara sino que
podía ser cualquiera. De hecho, todos los actores que lo
interpretaron tuvieron que unificar los estilos de sus
interpretaciones para poder asociarse a la misma persona.
El
referente fue la interpretación de Elías Koteas, que impresionó
tanto a todo el equipo, incluido el director, que decidieron tomarla
como base para todos los demás. A Koteas, que era un secundario, le
acompañaba un gran reparto, encabezado por Denzel Washington pero
con nombres como Donald Sutherland, James Gandolfini y John Goodman.
Hasta salía Jeremy Renner muy brevísimamente.
El
personaje de Washington se llamaba John Hobbes, que es la combinación
de los nombres de dos filósofos, John Locke y Thomas Hobbes. Locke
pensaba que los seres humanos eran perfectamente racionales para
vivir de forma pacífica. Sin embargo, Hobbes consideraba a los
hombres malos por naturaleza y necesitaban las limitaciones de la
sociedad para controlar esa maldad. Kazan, el guionista, quiso que el
personaje tuviera esa dicotomía de pensamiento.
Para
el antagonista, se tomó un personaje varias veces mencionado en la
Biblia y ya utilizado en otras películas, Azazel, un ángel caído
que corrompió a la humanidad, según esos relatos bíblicos, motivo
por el cual Dios la castigó con el diluvio universal, a excepción
de Noé. Para crear el efecto de la visión del demonio se utilizó
una técnica que sobreexponía cada fotograma hasta cuatro veces,
dando esa sensación borrosa.
Tras
la cámara, un director muy competente a mi juicio, que tuvo sus
mejores títulos en esa época de los 90 y principios de los 2000.
Salido de la televisión, con dos series tan reconocibles como
“Canción triste de Hill Street” y “La ley de Los Ángeles”,
lo que posteriormente tuvo una influencia perfectamente perceptible
en cuanto a los géneros predominantes en su filmografía.
Que
son el policíaco y el thriller judicial, como podemos confirmar en
títulos como “Las dos caras de la verdad” (juicios),
“Frecuency”(asesinos en serie y ciencia ficción),
“Fracture”(juicios). Incluso “Fallen” transita más por los
códigos del género policiaco que por los del terror.
En
la que además se perciben las influencias de dos películas muy
claramente, “Seven” y “El corazón del ángel”, además que
la trama tiene muchas similitudes con “La noche del diablo”(1980).
Tuvo críticas mixtas y comercialmente se la pegó, quizá uno de los
pocos fracasos de la carrera de Denzel Washington. Costó 30 millones
de dólares y sólo recaudó 25 en taquilla. Sin embargo, actualmente
posee buenas notas en páginas web de cine. Otra que se ha revalorizado con el tiempo. Quizá inicialmente, ese final tan oscuro no convenciera al público. Tenía otro alternativo en el que Azazel era derrotado pero se descartó.
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