A raíz del apabullante impacto mediático y cinematográfico que supuso la película de David Fincher “Seven” y que a su vez seguía el hilo marcado en el género por "El silencio de los corderos", surgió la típica corriente oportunista por la moda de los psico-killers. Ni siquiera el título escondía la palabra “copia”. Sin embargo, si profundizamos en ella nos damos cuenta de sus particulares matices.
A nadie se le habrá escapado que si el ciclo de este mes está dedicado a asesinos en serie reales, “Copycat”, a priori, no encaja pues no corresponde a ninguno de ellos. Puedo estar de acuerdo en que el asesino protagonista no es real, pero si se hacen diversas menciones y hasta una breve recopilación de algunos de los asesinos en serie más famosos.
El modus operandi del psicópata en cuestión se basaba en no tener un modus operandi. Al menos, no uno propio. De hecho, va adoptando las diferentes formas de matar que realizaron varios de los asesinos más conocidos, como el caso de Albert De Salvo (el estrangulador de Boston), John Berkowitz (el hijo de Sam) o Ted Bundy. Y su homenaje no queda solo en la forma sino también en la recreación exhasustiva de los escenarios de los crímenes.
En la película se tratan dos termas relacionados entre si y que tienen base real. Por un lado el tema de los imitadores asesinos fue uno de las preocupaciones principales de las investigaciones policiales de los setenta y ochenta. Y por otro, la agorafobia que se convirtió en uno de los efectos secundarios más recurrentes en victimas que se hubieran salvado de algún ataque. Es decir, un miedo atroz e irracional a salir de casa. Aunque más técnicamente la enfermedad supone un miedo generalizado a los espacios abiertos.
Bajo la dirección de un director con buena planta en aquella época, Jon Amiel (“Somersby"), había un muy buen competente reparto. Como protagonista principal, la gran Sigourney “Ripley” Weaver, que aquí interpreta a la agarofóbica experta en perfiles psicológicos de asesinos en serie. Después está la pareja formada por la ya oscarizada Holly Hunter (“El piano”) y Dermot Mulroney. También aparecía Will Patton.
Me he dejado el villano para el final. O más bien los villanos. Quizá sea éste el punto más flojo de la película. William Mcnamara cumple pero personalmente no me intimida. Sin embargo, Harry Connick Jr. interpreta a uno de los psicópatas imitados, Larry Lee Cullum, y en sus brevísimas apariciones logra imponer mucho más que McNamara. Una lástima no haberlo explotado más.
Como curiosidad el hecho de
que la película comience con una secuencia similar, adrede, tanto por el guión
como por el argumento, a la del final. Me pareció un detalle muy acertado.
También me llamó la atención la explicación de Weaver acerca del perfil medio
del psicópata, preocupante. La película sufrió la inevitable comparación con
“Seven” pero logró ser la alumna más aventajada de ésta, que a su vez lo era de
“El silencio de los corderos”, de hecho el público respondió muy positivamente
en la taquilla con este título.
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